lunes, 19 de diciembre de 2011

A diez años del 19 y 20 de diciembre: En el país del no me acuerdo



Diez años es un tiempo considerable para poner sobre nuestra cotidianidad la necesidad de interpretar nuestra historia reciente y recorrer brevemente las contradicciones que se hicieron presentes en la Plaza de Mayo el 19 y 20 de diciembre de 2001, y nos tuvieron como protagonistas de una parte de nuestra historia. 
Pensar solo en términos de crisis económica sería poco menos que una complicidad con la injustica social, la ineptitud política y la corrupción. Pensar en términos de crisis de representación sería, entonces, tener una concepción ingenua de los actores sociales y económicos que permitieron que esto sucediera. No acercarnos al problema, no repensarlo y no incluirlo en nuestra cotidianidad sería, tal vez, negar nuestra propia identidad, negar la historia sin aprender de ella y sin respetar a sus muertos.
Las elecciones del ’99 traían “nuevos” actores a la escena que, denunciando los hechos de corrupción, habían llenado de esperanza a los argentinos, después de 10 años del gobierno neoliberal de Carlos Menem. Recordemos que esa parte de nuestra historia tampoco es ajena a los hechos del 19 y 20 de diciembre: “Achicar el Estado para agrandar la nación”, “un peso un dólar”, “salariazo y revolución productiva” quedaron en el imaginario de la época y lo único que se cumplió fue el achicamiento del Estado, al costo de manchar de sangre y deteriorar las instituciones democráticas a solo dos años de terminado ese mandato.
Por su parte, la Alianza significó el más absoluto fracaso político de la Argentina. Quienes la elegimos nos vimos profundamente decepcionados. La convocatoria a Domingo Cavallo como superministro y el avasallamiento del parlamento delegando facultades al hombre que diseñó un programa de vaciamiento del Estado nacional, fue la gota que rebalsaba el vaso de una intensa agonía. Por esas fechas sufríamos la aparición de las contradicciones evidentes de un proceso económico que llegaba a su fin, a las que se superponían la crisis de representatividad y el vacío de densidad simbólica de los partidos políticos como constructores de comunidad, con una envoltura anquilosada en el pasado.
Las agrupaciones de desocupados, un fenómeno nuevo en el país, tomaban mayor visibilidad. Los que no queriamos ver, los que no tenian voz se hacían presente en el espacio público y reclamaban por derechos básicos. Y esta experiencia social de los piquetes se unió más tarde con los reclamos de los ahorristas bajo el grito ensordecedor de “piquete y cacerola, la lucha es una sola”.
Ese 19 y 20 la Plaza nos encontraba en un escenario adverso, en el que la impericia política había dejado a la totalidad de la población en soledad; en el que se había desplomado la capacidad productiva del país, con la consecuente pérdida del empleo; en el que se había decretado el corralito y en el que la infinidad de rumores que corrían sobre el futuro desalentaban a todos.
Fue así que la Plaza se fue llenando de personas de distintos estratos sociales que agitaban con mucha fuerza el “que se vayan todos” luego del anuncio de De la Rúa, del estado de sitio. Al empobrecimiento, desamparo y persecución le siguió el asesinato de 19 personas en la Plaza de Mayo y alrededores en una brutal represión. No solo estaba en juego un gobierno, sino un régimen politico, social y economico.
Es necesario rescatar la experiencia de toma del espacio público y de gran poder simbólico, como lo es la Plaza de Mayo, en la que se gestaron en esos momentos el reverdecer de la protesta social; la puesta en común de problemáticas complejas como la pérdida del empleo; la participación política a través de asambleas barriales que aún hoy siguen funcionando de manera testimonial, y la confluencia de distintos dirigentes políticos y sociales en la creación del Frente Nacional contra la Pobreza (Frenapo), entidad cuyo objetivo fue el combate frontal a la pobreza, aún inconcluso.
Hoy este proceso continúa inconcluso, ha habido una supuesta síntesis en algunos términos sociales de asignación de derechos, de restitución del empleo, pasando por alto estadísticas aún dudosas. Por otro lado, este proceso todavía no encontró su síntesis, en el sentido de que cuando reclamábamos que se vayan todos, queríamos decirle adiós a las estructuras clientelares de los partidos políticos; queríamos despedir también a la desigualdad social. Hoy muchos ya no están, pero las estructuras oxidadas del poder persisten y aparecen disfrazadas de buscadoras de consensos y simulación del diálogo. El escenario de renovación de los partidos políticos se da en estructuras paralelas a ellos mismos, justificadas en argumentos movimientistas, quitando de esta manera responsabilidad de participación y dejando el paso libre para que en las estructuras partidarias voten y gobiernen aquellos mismos que quisimos despedir, a sus casas o a tribunales. 
Decía que no podíamos ser cómplices, ni ingenuos, ni negadores de la historia, ni del tiempo presente en el que la desigualdad persiste; la marginalidad convive con la opulencia y el desarrollo económico y social dependen de una democracia formal. Esta etapa quedará concluida cuando la democracia sea más participativa y persiga la igualdad en términos reales, en la que el acceso y la participación estén garantizados y en la que la igualdad de oportunidades sea un valor inquebrantable de cada uno de nosotros y cuando la democracia, que no existe sin la justicia, sea parte de nuestra representación cotidiana.
En el país del no me acuerdo seguimos esperando una verdadera democracia social cuyo eje central sea la distribución de la riqueza, la educación, la defensa del medio ambiente, la igualdad, la autonomía y la dignidad. Estas son las asignaturas pendientes en nuestra Argentina, y particularmente nos interpelan de manera inapelable en el conurbano bonaerense, en las villas y en las provincias del Norte pobre de nuestro país.

Maximiliano Ferraro Diputado de la Ciudad CC ARI

1 comentario:

  1. Coincido y agrego, durante los últimos 35 años, la Argentina experimentó un incremento estructural de la brecha de ingresos y de la pobreza
    y lo que es más preocupante, el impacto de la desigualdad es determinante en la calidad educativa y por ende en la real igualdad de oportunidades.

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